"Hoy estoy segura de que cuando yo era niña, mi madre hizo lo mejor que pudo para criarme, sin embargo, eso no borra las heridas emocionales que sin querer me causó. Puedo ver esos huecos emocionales, por ejemplo, en mis problemas en mi relación de pareja, en el miedo que tengo para arriesgarme e ir tras mis sueños, en la crítica implacable que me hago cada vez que me miro al espejo, y en la enorme desesperación y furia que siento ante los pedidos de mi hijo. Y ahora, ¿Qué hago yo con eso?"

Hay temas que me apasionan y uno de ellos es el impacto que tienen nuestras infancias en nuestra vida adulta, así como las heridas emocionales que pudimos acarrear de aquella etapa y la relación con nuestra madre. O sea, si siendo niñas, nuestra madre pudo realmente amarnos, cuidarnos, protegernos o no.
Si cuando somos adultas nuestras relaciones son conflictivas; si nuestras relaciones de pareja son dolorosas o no conseguimos sostener una relación; si vivimos con ansiedad y miedo, alertas a lo que pueda suceder; si tenemos problemas para ganar dinero; si sentimos vergüenza de nosotras o nuestros actos y nuestra autoestima está muy lastimada; si tenemos alguna adicción... por poner algunos ejemplos, es muy importante revisar qué nos pasó con mamá cuando fuimos niñas o niños.
No hay madres perfectas, eso ya lo sabemos, porque al final son también seres humanos con aciertos y fallas, pero su papel es tan relevante que tendrá un impacto profundo en nuestra psique y el resultado de este impacto se develará sobre todo cuando seamos adolescentes y luego adultas. Cuando somos bebés y niñas, nuestras madres son nuestra primera relación humana y la más importante. De hecho, las vemos como omnipotentes e incluso nuestra mirada infantil y natural es de esperar que de ella recibamos todo lo que necesitamos a nivel físico, mental y emocional durante esa etapa.

Pero nuestras madres, también tienen su historia, su biografía, y muchas de ellas llegaron a ser mamás sin haber podido sanar ni una sola herida que venían arrastrando de la relación con su propia madre (nuestra abuela) y así las heridas se han venido pasando generación tras generación. Hoy estamos aquí, buscando poner consciencia a lo que nos pasó a nosotras para limpiar un poco el camino y no volver a transmitir tanto dolor a los que nos rodean, sean quienes sean (pareja, hijos, sobrinos, alumnos, etc.).
Entonces, si no hay madres perfectas, ¿Qué sí hay? Como decía el famoso pediatra y psicoanalista Winnicott, lo que sí podemos pedir es una madre suficientemente buena y una madre suficientemente buena significa que de inicio le ofrecerá a su hijo lo suficiente como para empezar su vida con un buen pie. Por ejemplo:
- una madre que se hace preguntas para comprender su propio dolor y su propia historia
- que busca adaptarse a su bebé, sus ritmos y necesidades (no al revés)
- que busca estar en sincronía y conexión con su bebé poniendo atención a este
- una madre que es capaz de reparar los momentos de desconexión buscando la cercanía, la mirada, el contacto físico y las palabras para con su bebé
- se muestra generosa, alegre y satisface las necesidades de su bebé con gusto
Estos son unos ejemplos y me parece importante añadir también que el primer punto es el más importante porque sin este, será muy difícil realizar los demás. A veces venimos tan lastimadas de nuestras propias infancias que lo primordial es revisar nuestra biografía mientras recorremos el camino del cuidado de nuestros hijos (sanarnos mientras criamos a nuestros hijos).

Pensemos en nuestras madres y si acaso pudieron hacer alguno de estos puntos. Probablemente la respuesta sea no y desde allí podemos darnos cuenta de que mamá venía con muchas carencias de amor y cuidado, y esas carencias nos las pasó directito a nosotras.
Hay diez mensajes básicos que una madre necesita transmitirle a su hijo. Estos mensajes se transmiten con sus actos y también con palabras. Te invito a leer la siguiente lista y preguntarte si sentiste que tu madre te transmitió alguno o varios de ellos. Si no, no te preocupes, podemos trabajar en recuperarnos de esas carencias:
- Me alegro de que estés aquí.
- Te veo.
- Eres especial para mí.
- Te respeto.
- Te amo.
- Tus necesidades son importantes para mí. Puedes dirigirte a mí en busca de ayuda.
- Estoy aquí para ti. Siempre encontraré tiempo para ti.
- Te mantendré a salvo.
- Puedes descansar en mí.
- Eres un deleite para mí.

Ahora, te invito a mirar la siguiente lista. Si puedes, mírate al espejo y mientras las lees mírate fijamente a los ojos. Tú puedes decirte esto a ti mismo:
- Me alegro de que estés aquí.
- Te veo.
- Eres especial para mí.
- Te respeto.
- Te amo.
- Tus necesidades son importantes para mí. Puedes dirigirte a mí en busca de ayuda.
- Estoy aquí para ti. Siempre encontraré tiempo para ti.
- Te mantendré a salvo.
- Puedes descansar en mí.
- Eres un deleite para mí.
Al inicio puede ser difícil decirnos esto o nos sentimos bobas, como si esto no sirviera de nada. No es así. ¡Sirve muchísimo! Porque justamente ahora nos toca a nosotras ser nuestras propias cuidadoras, nuestras propias madres de alguna manera. Sobre este tema vamos a seguir profundizando en otros posts.
Claro que este es un ejercicio que puedes utilizar todos los días, repetirte estas frases o una frase al día y frente al espejo. Por otro lado, te invito a que vayas a terapia con alguien que te ayude a profundizar en tu historia vincular y de apego, principalmente con mamá. La indagación que podamos hacer en relación a nuestra madre nos aporta mucha luz sobre la manera en la que aprendimos que eran las relaciones, para con nosotras y con los demás. Hoy podemos ver los resultados de esos aprendizajes en la vida adulta. Con mamá aprendimos o no, lo que significaba amar.
Te mando un abrazo muy fuerte!
Adri Solís
Psicóloga & Biografía Humana & Constelaciones Familiares
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